Hacia una contranarrativa del digitalismo. Sobre los monopolios GAFA

Hacia una contranarrativa del digitalismo. Sobre los monopolios GAFA

Esta es una nueva versión de este artículo, publicado originalmente en diciembre de 2017. La nueva versión es “California y el creciente drama de los sin techo. El mundo que no pudo cambiar Silicon Valley.”, publicado en Linkedin.

3 de octubre de 2018. Sigo instalado en Los Ángeles, California. Con una carga de trabajo liviana, puedo recorrer mucho la ciudad y su entorno. Estoy alojado en un hotel en el Arts District en el downtown de Los Ángeles. Ayer 8PM volví caminando luego de cenar y me encontré con cientos -dije cientos!- de campamentos de personas sin hogar en las calles, manzanas completas de Skid Row ocupadas por personas sin hogar. Cuando cae la tarde, el centro de LA parece una ciudad distópica ocupada por miles de zombies en decenas de manzanas. A pocas cuadras de ese panorama, nuevos lofts, cervecerías artesanales y cafés despliegan todo su diseño como si nada estuviera sucediendo solo a metros, promoviendo lo peor de la gentrificación urbana.

Ya había visto algo similar en el downtown de San Francisco cuando viví allí hace 10 años. Pero lo que observé ayer en Los Ángeles lo supera todo de modo alarmante. Comparto este artículo de El País. Según varias cifras periodísticas, existen 140.000 personas sin hogar solamente en California. Y aqui voy donde quiero llegar. Cuando estuve trabajando en Silicon Valley siempre escuché decir a los emprendedores que venían a cambiar el mundo y sin dudas lo han hecho y lo seguirán haciendo. Pero siempre me queda ese sabor amargo de pensar quienes han sido los mayores beneficiarios de ese cambio, ¿los inversionistas o la sociedad civil en general? Veo que en la propia California, luego de 30 años de contracultura digital, estas empresas y sus capitalistas de riesgo no han podido -o querido- contribuir a solucionar esta enorme crisis humanitaria. Y el problema sigue agravándose.

Desde que fueron dando forma todos los fenómenos de la contracultura digital, fuimos muy fans de lo que sucedía. En nuestros textos y práctica profesional formamos parte de dicha red evolutiva. Solamente este blog ya tiene 12 años. Pero muchas de las start-ups que impulsaron esta revolución ya se convirtieron en poderosos monopolios globales bajo la lógica de ganador toma todo -winner takes all-. Esto nos obliga a mantener un espíritu crítico sobre lo que sucede, dada la débil regulación del ecosistema digital en defensa del interés común de los ciudadanos y de una prosperidad compartida. En esta era digital, capitalismo y monopolios solo existen armónicamente porque aún no existe una contranarrativa poderosa del lado B de esta contracultura digital y quién sufre sus externalidades y posibles adyacentes.

Google, Amazon, Facebook, Apple (llamadas GAFA) y otras corporaciones más jóvenes en crecimiento se han vuelto demasiado importantes para que ignoremos sus posiciones monopólicas, su lobby corporativo, su control de nuestros datos y el poder de sus algoritmos para dirigir lo que tu debes ver, saber y consumir. Según una investigación realizada por The Reuters Institute for the Study of Journalism a 50.000 ciudadanos de 26 países, Facebook es la fuente primaria de noticias para el 44% de los norteamericanos. Vale recordar que Internet ha sido creada con fondos gubernamentales y construida sobre el principio de la descentralización y la intercreatividad. Siempre nos alegramos porque sus bajas barreras de entrada hacían suponer un mercado muy competitivo en todos los campos. Sin embargo muchos tememos que pierda definitivamente ese espíritu.

Si observamos a Google, es la segunda empresa del mundo en capitalización bursátil (la primera es Apple) y lidera cinco de los grandes negocios de la revolución digital: la búsqueda, el consumo de videos, los mapas, los sistemas operativos para móviles y la navegación en la Web. Si observamos a Facebook, controla más del 75% de las plataformas de medios sociales en EEUU, con su red social, Messenger, Instagram y Whats App.

Bajo cualquier normativa antimonopolios, ambas empresas serían obligadas a dejar negocio en pos del ingreso de nuevos actores y una mayor competencia. Pero la legislación global ha sido hasta ahora muy permisiva con el crecimiento y la gestión impositiva de estas empresas. La Unión Europea se ha movido en el tema impositivo. Según Forbes (edición España, septiembre 2017), “en el último año y medio la Comisión Europea impuso multas de 2420 millones de euros a Google, 110 millones de euros a Facebook y 13.000 millones de euros a Apple”.  Sin embargo, queda mucho por hacer y el el futuro mediato no parece reflejar que estas posiciones puedan cambiar. La combinación de escala y efecto de red hace muy difícil que otros actores aspiren a ocupar el espacio de los líderes del mercado.

Contribuyendo a la creación de esta contranarrativa del digitalismo, ya existen varios pensadores. Me sirve de anclaje el texto de Jonathan Taplin, Move fast and break things. How Facebook, Google and Amazon cornered future and undermined democracy, editado en 2017 por Hachette. Taplin es Director Emérito del Annenberg Innovation Lab en University of Southern California y es una relevante figura en la industria cultural americana. Invito a leer esta breve entrevista al autor en la edición del pasado abril en Fast Company.

 

 

Para Taplin, las grandes empresas de internet no tienen un sentido de responsabilidad social compartida y no quieren pagar impuestos. Señala el profesor de la USC Annenberg School que “muchas decisiones de nuestras vidas están diseñadas por ingenieros y ejecutivos de las grandes empresas de Internet, sin el control regulatorio de nadie. Estas decisiones dejan vulnerables a las personas al control de delincuentes, corporaciones o la intromisión del Estado. Los hacedores de políticas públicas han actuado hasta ahora como si la economía de Internet no tuviera nada que ver con la economía real y entonces se debe dejar al libre albedrío de las acciones de estas corporaciones.” Taplin habla de las externalidades negativas en la que debemos enfatizar para construir esta contranarrativa del digitalismo. “Como si fuesen petroleras, Google y Facebook están en el negocio de la extracción. Su negocio es extraer datos personales a la mayor cantidad de gente posible el precio más bajo posible, y revender esos datos a la mayor cantidad de empresas posible al mejor precio posible. Y esa política de extracción crea externalidades.” Sugiero la lectura de Los pioneros de Facebook critican su deriva hacia la manipulación masiva, un artículo de Javier Salas en El País de España, de noviembre de 2017.

Una de esas externalidades que señala Taplin es la adicción a los dispositivos móviles. “Gran parte del éxito de la economía digital se basa en crear adicción al uso de dispositivos y plataformas. Skinner analizó que las ratas de laboratorio respondían más vorazmente a las recompensas aleatorias y eso es lo que sucede con las redes sociales.” Rumores, cámaras de eco, multitudes enfadadas, sesgo de confirmación e incapacidad para cambiar de ideas, son otras de las externalidades de unas redes sociales creadas más para divulgar que para crear compromiso.

Las consecuencias económicas se ven cotidianamente y nos llevan hacia el postcapitalismo, del que hablábamos hace tiempo. Para Taplin, “el crecimiento de los monopolios en la economía digital crea un sistema disfuncional a lo que la economía clásica teoriza sobre los mercados sanos. El enorme flujo de ganancias netas de estas empresas hace pensar que -si los Estados no intervienen- solo irá a agravarse (…) El efecto del monopsonio -monopolio del comprador- de Amazon en el negocio de los libros fuerza constantemente a autores y editores a trabajar por menos dinero. Y más allá de reclamar por precios bajos, la sociedad debería preocuparse que los escritores pueden vivir de su trabajo, que las librerías independientes existan y sean rentables y que los editores no mueran.

También existen consecuencias en el futuro del trabajo y en el crecimiento de los niveles de desempleo. Según Taplin, “las empresas tecnológicas representan el 21% del S&P 500 pero solo emplean el 3% de la fuerza de trabajo americana. (…) Un problema crucial es la uberización del trabajo. Fragmentación de empleos con outsourcing, con micropagos, sin derechos laborales ni beneficios y donde el empleado se hace total responsable e invierte en la herramienta de trabajo.” El salario básico universal es lo quizás lo único que ayudaría a atacar a los excluidos de la revolución digital. Pero dado las estrategias de las grandes empresas de Internet propensas a a llevarse sus finanzas a los paraísos fiscales, ¿qué aporte harían estas empresas, si por el contrario procuran pagar la menor cantidad de impuestos posibles en los países donde operan?

Los que trabajamos codiseñando nuevas ideas en la industria de medios sabemos que se ha movido mucho valor económico y ganancias desde los creadores de contenidos (tratados hoy muchas veces como commodities) hacia los propietarios de las plataformas en Internet. Monopolios naturales en base a una innovación disruptiva que le aportaba un enorme valor al usuario, están liquidando a actores tradicionales con una muy baja capacidad de innovación e iteración.

El problema es tan grande que -según Taplin, “en 2015 la venta de música en vinilos generó más ganancias por los creadores de música que los billones de streams en YouTube y sus competidores.” La estrategia ganadora en periodismo parece ser producir mucho más contenidos a menor costo, devaluando la producción de noticias en profundidad. Ya nos preocupábamos hace ya 10 años con Cristóbal Cobo cuando escribimos Planeta Web 2.0. inteligencia colectiva o medios fast food. Taplin afirma que “a través de un rediseño de su algoritmo, Facebook está disminuyendo la relevancia de los contenidos con enlaces hacia sitios externos. Puede suceder que los enlaces se vuelvan obsoletos dentro del feed de Facebook, lo cuál potenciará su carácter de red cerrada con prioridad en contenidos propios.” Algo similar afirmábamos en la teoría de Google sobre ti.

 
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En la construcción de esta contranarrativa del digitalismo, Jonathan Taplin nos alerta que “esencial al éxito de Google, Amazon y Facebook es hacerle creer a la sociedad que ellos trabajan para el bien común aún tomando decisiones que no parecen ir en ese sentido.” El autor nos invita a una reflexión final: “El único modo que sucederá una estructura paralela que beneficie a los autores es que la lucha a muerte entre política (la voz de las personas) y tecnología la gane la política. El tiempo de la plutocracia terminó.”

 

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