En la imagen, vistas de San Francisco camino a Sausalito (foto propia) ¿Puede autodenominarse inteligente una ciudad con graves problemas de tránsito y transporte público, con polución y con falta de transparencia en su gestión? Definitivamente, no. A pesar de esto, a muchos políticos de Iberoamérica les gusta presumir de administrar ciudades inteligentes.
Por incapacidad en sus recursos humanos o por falta de vocación, los gobiernos son las últimas superestructuras del mercado que no toman ventaja y se apropian en forma eficiente de la sociedad red y los datos digitalizados. Se ha puesto de moda el concepto de smart city, pero muy pocas ciudades de Iberoamérica lo aplican honestamente. Una ciudad inteligente debe ser un diseño holístico. No es solamente tener wifi gratis en los lugares públicos, tener un discurso pro-emprendedores que solo afecta al 0,05 % de su población, o peor aún hacer algunas conferencias al año con emprendedores de Silicon Valley. tampoco es poner 100 bicicletas para que los ciudadanos la compartan (excepto el exitoso modelo Bicing en Barcelona). Una smart city va de crear comunidades en red las veinticuatro horas con el objetivo primordial de mejorar la calidad de vida y la ecología urbana de sus ciudadanos. En la mayoría de los casos se queda en marketing de ciudad y poco más. Barcelona quizás sea una excepción entre las grandes urbes, adquiriendo mayor relevancia con sus dos grandes convocatorias anuales: Smart City Expo y Mobile World Congress, aunque gran parte de su éxito también es marketing de ciudad. En el entorno anglosajón europeo, los ejemplos son muchos y variados.
En su ya clásico E-topia (1999), William Mitchell nos avanzaba lo que se venía con respecto a la inteligencia urbana. Decía: “El nuevo tejido urbano se caracterizará por hogares para vivir y para trabajar y configuraciones remotas (…) Todo ello redefinirá la tarea intelectual y profesional de los arquitectos, los urbanistas y el resto de profesionales que se ocupan de los espacios y lugares en los que transcurre nuestra vida diaria.” Para Mitchell, existían cuatro niveles en esta nueva agenda;
1. Infraestructura de las telecomunicaciones digitales.
2. Lugares inteligentes innovadores a partir del equipamiento electrónico.
3. Programas y estrategias que activen dichos lugares.
4. Configuraciones espaciales regionales, urbanas, espaciales y arquitectónicas.
Existen variables para definir si una ciudad es inteligente. Todas estas variables provienen de la experiencia en estos treinta años de explosión de la contracultura digital. Podríamos señalar algunas palabras clave: desmaterialización + desmovilización de tránsito rodado + personalización en masa + funcionamiento inteligente + transformación suave y ecológica + transparencia en tiempo real. Probablemente se trate de la nueva utopía a escala hiperlocal que perseguimos los ciudadanos, como menciona Anthony Townsend en Smart Cities: Big Data, Civic Hackers, and the Quest for a New Utopia (2014).
Para profundizar sobre las buenas prácticas, comparto lo que a mi entender son las cinco variables básicas e imprescindibles para calificar de inteligente a una ciudad.
1. Transparencia radical en tiempo real.
Me refiero a datos digitales de fácil acceso al ciudadano, a un click y que ayuden a tomar mejores decisiones cotidianas. A la vez, transformar el big data en datos abiertos más hardware open source. Sin embargo, los gobiernos son el mayor monopolio conocido y actúan como tal, ocultando la información e ignorando la transparencia con sus públicos. Los datos del gobierno deberían ser fácilmente accesibles, estandarizados, en múltiples plataformas y confiables. Los datos no sólo deberían estar en documentos accesibles, sino que deberían permitir una conversación que se traduzca en empoderamiento ciudadano. Por ejemplo, deberían poder ser utilizados por emprendedores y desarrolladores para diseñar una oferta regulada de servicios a través de apps. En cuanto a la confiabilidad, se debe saber de donde provienen dichos datos, por quienes fueron producidos y con qué objetivo. Una ciudad no será inteligente si se diseña nuevamente de arriba hacia abajo, porque precisamente la inteligencia digital nos ha demostrado que se trata de procesos colaborativos y de crecimiento orgánico.
Vale destacar la experiencia de Gavin Newsom en San Francisco, la ciudad del mundo que posee mayor accesso a tecnólogos y emprendedores digitales. En Citizenville. How to take the town square digital and reinvent government (2013), Gavin Newsom relata su batalla cotidiana contra la burocracia y la tendencia al oscurantismo de los datos públicos. Señala el ex Alcalde de San Francisco: “Resistirse a las nuevas tecnologías es la posición por defecto del Gobierno. La historia de gobernar es una historia de tecnofobia.” Un ejemplo interesante de gestión digital en San Francisco ha sido el proyecto Homeless Connect, una referencia en los Estados Unidos que ha posibilitado atacar eficientemente el complejo problema de las personas sin hogar en San Francisco.
2. Política post-partidaria. Mejor participación comunitaria y plesbiscitaria que democracia de partidos.
Las redes digitales son redes distribuidas. La ciudad es un espacio para conectar personas, que no necesariamente se deben conectar oficialmente en instituciones a partir de la política, sino que a nivel social se conectan para organizar algo y se desconectan cuando el objetivo está cumplido. De esa lógica vienen los smart-mobs y especialmente los movimientos ciudadanos (Barcelona y Madrid son gobernadas desde junio de 2015 por dos movimientos de este tipo). Para una gran parte de políticos, implicación democrática consiste en votar cada dos o cuatro años. No estamos acostumbrados a una política con jerarquías líquidas, de abajo hacia arriba y transparente. Una ciudad inteligente debe abandonar definitivamente la filosofía de un gobierno local centralizado, burocratizado, con desiciones de muy pocos que afectan a todos, y celoso de guardar la información para utilizarla cuando consideran oportuno. Debería ser algo más cercano a una Wikipedia: un liderazgo fuerte, con una gran cantidad de editores trabajando en una estructura escalable donde las jerarquías se establecen por el grado de participación y la eficacia de la misma.
Alguna vez le escuche decir a Tim O’Really que nuestra idea de implicación ciudadana se ha reducido a agitar una máquina expendedora cada cierto tiempo, poniéndole monedas para que nos dé lo que necesitamos. El ciudadano paga, el ciudadano exige, pero el compromiso sólo queda limitado a la exigencia de recibir para mi y los míos. Newson utiliza su exitosa experiencia como gestor de la ciudad bisagra de Silicon Valley para dar al lector un paradigma de ciudad inteligente. Dice Gavin Newsom: “el ciudadano promedio tiene pocas formas de hacerse escuchar en el gobierno, y todas esas formas son arcaicas. Cuando los políticos dicen: esto es lo que la gente quiere, no tienen real idea lo que la gente quiere.” Para Newsom, Citizenville enfatiza en la idea que las ciudades son los nuevos motores de la innovación en la gestión pública. “A nadie le importa si la solución del tráfico o la recolección de basura es una solución demócrata o republicana” señala Newsom.
3. Una ciudad responsive, adaptada según el dispositivo y la necesidad ciudadana. Rediseñar la interfaz tránsito + edificios que aprenden = menor contaminación.
Me gusta la idea de ciudad responsiva. Lo utilizo extraído de Stephen Goldsmith en The Responsive City: Engaging Communities Through Data-Smart Governance (2014). Una ciudad es inteligente si mejora la usabilidad de las interacciones físicas, integrando el fenómeno de cultura digital a sus procesos analógicos a través del uso inteligente de las TIC y los grandes volúmenes de datos. Mejorar la usabilidad de las infraestructuras viables y en consecuencia reducir la polución ambiental. Conversación multiflujos y multicorrientes. Rediseñar de manera disruptiva el sistema operativo de las ciudades en relación a su tránsito, su polución y su ruido bajo una dinámica de menos es más, reduciendo la complejidad de los movimientos urbanos. Una ciudad será inteligente cuando sus empleados públicos puedan trabajar de manera orgánica y fluida, sin tener que asistir obligatoriamente a un mismo lugar de trabajo en un mismo horario toda su vida laboral.
A pesar del excelente ensayo de Stewart Brand –How Buildings Learn: What Happens After They’re Built (1995)-, en el siglo XX los edificios se diseñaban con formas predeterminadas que raras veces cambiaban y se adaptaban al comportamiento de los ciudadanos. El aprendizaje de los edificios era lento o nulo. Para William Mitchell, “La arquitectura ya no es simplemente el juego de los volúmenes bajo la luz: ahora incluye el juego de la información bajo el espacio (..) Hoy el espacio servido electrónicamente no tiene que estar concentrado en grandes áreas contiguas, sino que pueden distribuirse realmente a través de un tejido urbano finalmente granulado.”
En realidad varias otras interfaces urbanas y públicas deberían rediseñarse aprendiendo de treinta años de contracultura digital. Como ejemplo, con Outliers School hemos trabajado en Medellín en 2013 para diseñar una estrategia de cultura digital en su Sistema Público de Bibliotecas.
4. La cultura digital como pedagogía del software.
El software es el motor de las sociedades contemporáneas y la cultura digital es una cultura del software. Alertar sobre la fascinación acrítica también es un rol pedagógico de las ciudades inteligentes. No seremos muy inteligentes como ciudadanos si descuidamos y cedemos definitivamente en favor de corporaciones y gobiernos el control de las tecnologías digitales, las redes y, sobre todo, nuestros datos. La mejor tecnología para el beneficio privado no es necesariamente la mejor tecnología para el bien público. Los ciudadanos y consumidores están invadidos por una literatura comercial tecnofóbica y casi sin resquicio de juicio crítico hacia la novedad.
La expansión de la moda digital pide un debate público sobre sus consecuencias. Se trata de politizar la tecnología, como afirma Diego Beas en El País de España, en un excelente artículo de 2014. Beas señala que “la conversación pública difícilmente logra ir más allá de alabar y maravillarse por la aparición del último cacharro o moda digital” (…) “la conversación pública sobre tecnología, innovación y su valor social está vacía de una dimensión fundamental: la dimensión política.”
5. Big data sí. Pero jardines digitales públicos y abiertos, sin acosadores.
Este ítem está muy relacionado con el análisis anterior. Los Estados deben contribuir a evitar la violación de la privacidad digital. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de un espionaje generalizado en las plataformas híperconectadas? Quizás en unos pocos años haya que preocuparse de cómo los gobiernos utilizan los datos para controlar más de que para integrar al ciudadano a la gestión pública en tiempo real y para ofrecerle mejores servicios.
El caso del espionaje de la NSA ha significado una bisagra en la percepción ciudadana de la vigilancia de las redes. Edward Snowden le mostró al mundo los procedimientos secretos de la agencias secretas norteamericanas, incluso para hacer espionaje a los gobiernos históricamente aliados. Como explica Steven Levy en How the NSA Almost Killed the Internet. Google, Facebook, Microsoft and the other tech titans have had to fight for their lives against their own government, los archivos que Snowden compartió a la prensa mostraban que -a través de un programa secreto llamado PRISM-, la NSA y el FBI poseen acceso indiscriminado a los servidores de las grandes compañías de Internet y los han estado analizando bajo el amparo de las leyes de seguridad nacional pos 11S. Todo esto para vigilar especialmente a las personas viviendo fuera de los EE.UU. y sin que las compañías de Internet puedan oponerse. Este nuevo tipo de espionaje a las interacciones sociales en la Red, quiebra el hasta ahora delicado balance entre el respeto a la privacidad de los usuarios y la utilización de sus datos para mejorar la experiencia del usuario. Con la paranoia de la seguridad, ¿cuál será el límite de la gestión pública de datos de los usuarios?
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