La explosión del consumo colaborativo en entornos digitales promueve una masa crítica de prosumidores que lo hacen autosostenible y expanden su consumo y rentabilidad. Cuantas más personas tengan en el presente la filosofía del consumo colaborativo y la economía del compartir, más personas la tendrán en el futuro. Este es un círculo virtuoso y una buena noticia. El proceso de hacer cosas físicas se ha vuelto similar al proceso de hacer cosas digitales. Con su ya clasiquísimo Being Digital (1995), Nicholas Negroponte nos movió de los átomos hacia los bits. Con el consumo colaborativo basado en interacciones en plataformas digitales, hoy volvemos de los bits a los átomos, pero habiendo aprendido las prácticas digitales de creación de comunidad y el valor económico de los intangibles. La tecnología reinventa viejas formas de confianza. Para la emblemática TIME Magazine, el consumo colaborativo es una de las 10 ideas que cambiarán el mundo.
El objetivo aspiracional de muchos es que el consumo colaborativo se convierta en el modo por defecto en que se compartan bienes y servicios. ¿El sueño de no tener que comprar bienes? ¿Una vuelta al mercado medieval, restaurando el enlace directo perdido entre productor y consumidor?
La noción de una sociedad post-propietaria es la utopía de muchos fans del consumo decreciente y puede interiorizarse en las prácticas de otros consumidores no tan conscientes de sus implicancias políticas y económicas dentro del Capitalismo. Estos intercambios son similares a los que se han realizado siempre en las pequeñas comunidades, pero a una escala global hiperconectada. Se establece un sistema de reputación que disminuye la posibilidad de aparición de problemas. Así funcionan decenas de plataformas como Couchsurfing, BlaBlacar, Airbnb, Lyft, Zipcar, CarSharing, Zilok, BabyPlays, Etsy, Indiegogoo, la polémica Uber o los bancos de tiempo. Y como paraguas de todo ese ecosistema de plataformas, destaco Peers, la organización que apoya y da argumentos políticos a los diferentes colectivos de la Sharing Economy.. Esta plataforma sostiene de forma significativa al movimiento “sharing”, incluyendo en ello la lucha por introducir cambios regulatorios.
Cuando lo que se fi nancian son proyectos empresariales se denomina “Equity Crowdfunding”, en este caso los usuarios
aportan dinero a un proyecto a cambio de convertirse en accionistas, algunos ejemplos son Fundedbyme o Startupvalley. The Crowd Angel en españa.
Las principales variables del éxito del consumo colaborativo son:
1. Una creciente credibilidad hacia las comunidades en red y una mayor confianza entre extraños y nuevos intermediarios. Las nuevas marcas son comunidades que ofrecen experiencias, no solo productos. ¿Recuerdan cuando dudábamos de comprar por Internet? Esta conducta esquiva hacia las compras on-line se remonta a menos de una década en las sociedades iberoamericanas.
2. La corrección política de compartir bienes públicos. Para los adaptadores tempranos de la cultura digital, gran parte de su reputación no está dada en lo que se posee sino en lo que se comparte. La reputación no sólo es una recompensa psicológica sino que también pasa a ser una estrategia hacia una recompensa económica.
3. Se comparte priorizando la construcción de redes líquidas, más que pensando en los propios productos o servicios. Para muchos existe una futura monetización en poseer visibilidad digital y prestigio comunitario. Para Peter Diamandis y Steven Kotler, en Abundancia (2013), “las herramientas de la cooperación siempre genera la próxima generación de herramientas de cooperación.”
4. En el consumo colaborativo juegan a favor el efecto contraproducente de la obsolescencia planificada, la manipulación hacia el hiperconsumo y el limitado o nulo poder de persuasión de la publicidad. Además, el consumo colaborativo de productos promueve su longevidad, modularidad, reciclado, redistribución y reinvención, todas acciones opuestas a la obsolescencia planificada. De estos temas conversaba en una entrevista de 2014 realizada para la revista española Eroski Consumer. Allí afirmaba que debemos ser más responsables en nuestro consumo. Podemos comprar objetos más caros pero pensados para durar más, por ejemplo entre varias personas. Se comparten coches, sofás, casas, oficinas: ¿por qué no compartir ordenadores, impresoras, cámaras fotográficas, aparatos de televisión?
5. Aprovechar la capacidad ociosa de los objetos. Compartir dicha capacidad convierte a los objetos en más productivos para muchas más personas que el propietario original. El sistema Bicing de Barcelona no trata de fabricar bicicletas para compartir, sino de diseñar toda una experiencia compleja, tanto para pagar a través de tarjetas de ciudadano-socio como para mover bicicletas en toda la ciudad de manera eficiente y además hacerlo todo de manera ecológica. La metodología de Design Thinking en estrategias de consumo colaborativo tiene mucho para aportar. Se trata de pensar menos en el objeto y más en el servicio y la experiencia de manera holística.
(La infografía anterior está extraída del informe The New Sharing Economy study (a collaboration between Latitude and Shareable Magazine), de 2010, pero de actual vigencia). En un libro referencial del consumo colaborativo, What’s mine is yours. The rise of collaborative consumption (2010) Rachel Botsman y Roo Rogers profundizan en esta tendencia de microemprendedores que conectan mercados globales de préstamo o de intercambio. Imprescindible consultar la web de la conferencia TED de Rachel Botsman, una de los referentes mundiales en el tema. También recomiendo el artículo de Botsman en Fast Company, The Sharing Economy Lacks A Shared Definition, publicado en noviembre de 2013. Para Botsman y Rogers, el sistema de consumo colaborativo se divide en tres grandes grupos:
1. Sistema de servicio de productos. Se trata de múltiples productos que una empresa ofrece para compartir a través del pago de alquileres. Así se maximiza su utilidad, se pueden utilizar sin poseer y no se paga por su mantenimiento.
2. Mercados de redistribución. Se trata de fomentar un segundo tipo de consumo a través de plataformas sociales. El “mercado del usado” a nivel global. Craiglist ha sido la plataforma disruptiva en esos mercados en el entorno norteamericano.
3. Estilo de vida colaborativo. Se trata de tangibles e intangibles como tiempo, espacio físico, capacidades, y dinero (como en el crowdfunding). El foco está en la interacción entre personas. Todos contribuyen a la sostenibilidad, al reciclado, y sobretodo a un consumo más responsable que no está basado en el “compra más y compra nuevo”. En la imagen siguiente: casa alquilada bajo el modelo Airbnb, en el Parque Tayrona, Colombia.
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